¿De dónde viene la violencia?: neurocientíficos del CONICET participan en el proceso de paz de Colombia
Junto con un equipo multidisciplinario, Agustín Ibáñez desanda las raíces psicológicas de la violencia en pos de la reinserción de los ex guerrilleros.
Cómo puede reinsertarse un guerrillero en la sociedad? ¿De qué manera podrá convivir en los ámbitos en los que antes su presencia aterrorizaba? Después de cincuenta años de conflictos de poder entre insurgentes guerrilleros, grupos paramilitares, narcotraficantes y el gobierno por el control del territorio -un conflicto que desde fines de los 90 se cargó a 70 mil personas y tuvo miles de secuestrados y torturados-, en 2016 el gobierno de Colombia firmó un tratado de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Cuando la amnistía fue ofrecida para los que abandonaran el conflicto, 6800 combatientes se adhirieron al programa. En ese contexto, un equipo de investigadores científicos de Latinoamérica, entre los que se encuentra el neurocientífico del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), director del Instituto de Neurociencias Cognitiva y Traslacional (INCYT) e investigador de la Universidad Adolfo Ibanez, Agustín Ibáñez, comenzó a indagar en las raíces psicológicas de la violencia de los combatientes. El objetivo desde entonces está puesto en una sola cosa: sanar. El informe de la investigación se publicó en la revista Nature en mayo y demostró que, por el estigma y el resentimiento que enfrentan, a los excombatientes se les hace muy difícil encontrar trabajo y entablar relaciones con los demás. Muchos de ellos tienen dificultades para identificarse con los demás presentan patrones neurocognitivos, de cognición social y de juicio moral atípicos: eso podría deberse a los años
de aislamiento y de exposición a la violencia, lo que podría haber alterado de maneras sutiles su psicología y el procesamiento neurocognitivo. Ahora, los científicos están iniciando estudios
a largo plazo en pueblos atravesados por el conflicto, para rastrear los excombatientes y los civiles pueden cambiar la cognición y las actitudes a lo largo del proceso de paz. Los científicos sostienen que las conductas agresivas pueden cambiar y evolucionar, y que las intervenciones oportunas, incluida la desmovilización, la rehabilitación y los programas de apoyo en todo el nivel pueden ayudar
a dicho cambio, sobre todo si se trabaja también en los procesos mentales.
De cerca nadie es normal
El interés en el conflicto colombiano de Ibáñez, neurocientífico de la Universidad Favaloro de Buenos Aires, empieza por lo personal. “Colombia es mi segunda tierra porque mi hija Anahí es colombiana, además de argentina”, confiesa. Comenzó a dirigir esta línea de investigación en 2014, trabajando con un grupo de paramilitares encarcelados por crímenes de guerra que habían matado a un promedio de 33 personas cada uno: un grupo de extrema violencia. “Trabajamos durante más de cuatro años para llegar a esta
población. Tuvimos que aprobar varios procesos administrativos, restricciones institucionales, cuestiones políticas y sortear dificultades para acceder a información sensible y de secreto de sumario. Los excombatientes evaluados en el estudio fueron miembros encarcelados de un grupo paramilitar armado ilegal, designado como una organización terrorista por múltiples países y organizaciones. Durante su participación en grupos armados, los 66 excombatientes de la muestra habían cometido varias masacres, a veces involucrando a cientos de víctimas”, recuerda. En varios tramos de esa investigación, Ibáñez sintió miedo. Pero los resultados “fueron increíbles: nuestro estudio arrojó luz incipiente sobre la mentalidad moral de los perpetradores, sugiriendo
que los instrumentos sensibles que examinan los perfiles sociocognitivos podrían eventualmente ayudar a caracterizar el comportamiento violento”, recuerda. Sin embargo, al avanzar en la investigación, descubrieron que la población de excombatientes
es tremendamente heterogénea y que la mayoría de los sujetos no presentan el mismo patrón cognitivo -solo un porcentaje pequeño de los excombatientes tiene perfiles psicopáticos- sino que el conflicto colombiano tiene como trasfondo factores socioculturales que lo alimentan. “Buena parte de los combatientes, por ejemplo, proviene de sectores vulnerables de la sociedad: son personas en extrema pobreza y con bajos niveles de educación, que tienen antecedentes de abuso infantil y altos niveles de violación sexual. Muchos de ellos han sido víctimas de la guerra y muchas veces la participación en la guerrilla o el paramilitarismo es forzada, o puede representar un mejor escenario contra condiciones adversas previas”, repone Ibáñez. Con ese bagaje, los científicos pusieron énfasis en el trabajo en rehabilitación y reintegración de los excombatientes de forma sistemática. “Comenzamos a colaborar con la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) -ahora llamada Agencia para la Reincorporación y la Normalización- para promover la reintegración social. Mediante un programa, se les comenzó a proporcionar a los excombatientes acciones de mediación con las estructuras institucionales, incluido el apoyo, la educación, así como mecanismos para la participación familiar y comunitaria en el proceso de reintegración. También se les ofrecieron oportunidades sociales y de terapia”. Los miembros del programa adquieren documentos para la justicia transicional y participan en acciones de reconciliación. El programa también puede brindar oportunidades para el desarrollo económico, y además, la asistencia social a la familia es un espacio fundamental de socialización y ambiente protector. En cuanto a la educación, el participante y al menos un miembro del grupo familiar pueden inscribirse en el sistema educativo. Finalmente, el ARN monitorea a la población desmovilizada y desvinculada centrándose en la prevención de la victimización y la reincidencia.
La importancia del contexto
En 2017, la investigación se amplió: los investigadores encontraron que una característica clave de los excombatientes (un grupo muy particular, con antecedentes de violencia extrema) es la manera en la que juzgan la moralidad de una acción. “Los individuos civilizados suelen otorgar mayor importancia a las intenciones que a los resultados: si una acción tiene como objetivo inducir daño, no importa si fue exitoso o no: la mayoría las personas lo consideran menos moralmente admisible que otras acciones en las cuales el daño no fue intencional ni infligido, o incluso acciones en las cuales el daño fue causado por un accidente. Esto se conoce como el efecto de que ´la intención aumenta el daño´”. Pero el grupo de Ibáñez descubrió que entre los excombatientes
es menos probable que condenen a alguien por un intento de asesinato fallido, razonando que, si la víctima no murió, no hubo daño. Al mismo tiempo, es más probable que quieran castigar a las personas por daños que son claramente accidentales: según su lógica, el resultado es más importante que la intención. Este trabajo se publicó en la revista Nature Human Behaviour (“Outcomeoriented moral evaluation in terrorists”) “Las personas relativamente `normales`pueden infligir daños graves e inmorales a otros. La conducta adaptativa puede verse afectada no solo por un proceso patológico subyacente, sino también por los antecedentes socioculturales”, continúa Ibánez, con respecto al factor contextual, y cita la evidencia previa de fenómenos sociohistóricos como el nazismo, o situaciones experimentales, como los experimentos de Milgram. “De hecho –continúa-, la investigación sobre psicología social ha demostrado que, en escenarios sociales particulares, las personas `normales´ pueden actuar de una manera muy antisocial. Y el conflicto colombiano representa una oportunidad única para evaluar los efectos del contexto social en la manifestación del comportamiento de deshumanización y sus procesos de cognición moral relacionados”. En este punto, Ibáñez y su equipo estudian los procesos cognitivos, afectivos y de cognición social en múltiples afecciones neuropsiquiátricas, para es descubrir cómo impactan los factores contextuales moldeadas por los antecedentes socioculturales de la violencia. “No podemos desarmar el conflicto sino desarmamos los procesos cognitivos, afectivos y sociales de las mentes de los involucrados – agrega Ibáñez-. El factor que más descocemos en el campo de la investigación es la comprensión de la mente de los combatientes. Además, hay muchísimas diferencias individuales entre los excombatientes: solo un pequeño porcentaje de ellos tiene niveles de agresividad patológicos, o perfiles psicopáticos, pero en esos casos el proceso de reintegración y monitoreo es mucho más difícil.
Por el contrario, muchos de los excombatientes presentan niveles de estrés postraumático u otras condiciones psiquiátricas que hace difícil cualquier proceso de reincorporación. En ese sentido, debemos desarrollar programas de intervención no universales, que dependan del tipo de afectación y los perfiles socio-cognitivos”. El grupo de científicos además está empezando a evaluar a los niños que han sido expuestos a la violencia en la guerrilla, comparando los perfiles de los paramilitares y las guerrillas -incluyendo diferentes aspectos del comportamiento agresivo, como inteligencia general, funcionamiento ejecutivo, control de los impulsos, capacidades de reconocimiento de emociones, autorregulación emocional, cognición y emociones morales y comportamiento cooperativo/competitivo-, y también están implementando nuevos programas de intervención en poblaciones desmovilizadas y excombatientes. “Esta investigación me cambió la forma de hacer ciencia”, asegura Ibáñez. Por un lado, lo obligó a salir del laboratorio para estudiar en el entramado de la vida social cotidiana. Y justamente por eso, lo obligó a estudiar la mente desde distintos niveles de funcionamiento y a tener un impacto en la vida real a partir de su investigación. “Este tipo de investigaciones multidisciplinarias requieren no solo un gran esfuerzo, sino también una mayor exposición: involucrarme en esta área
de investigación me hizo aprender muchísimo de un fenómeno social complejísimo como es la violencia y los procesos sociales, cognitivos y afectivos asociados; así como la extremada compleja densidad del post-conflicto colombiano”.
Ibáñez siempre piensa en su hija de diez años, argentina y colombiana, y en cómo poder trasmitirle “la complejidad de la situación de Colombia sin estigmatizar un país único y maravilloso. Solo si somos muy conscientes de que debemos abordar frontal y sistemáticamente el problema, podremos en el futuro recordar el conflicto armado como una parte triste de la historia Colombia, de la cual hemos aprendido a respetarnos más y a superar, con mucho costo, terribles heridas”, concluye.